La Fundación Friedrich Ebert cumple 100 años y su directora en Argentina repasa su rol clave en un momento en el que el autoritarismo avanza en Occidente.
Pocas veces encontramos organizaciones de la sociedad civil que cumplen 100 años de existencia. La Fundación Friedrich Ebert (FES) cumple 100 años este 2 de marzo.
Hace exactamente un siglo, en 1925, el presidente argentino era el radical Marcelo T. de Alvear, Carlos Gardel realizó una gira por Europa, también Boca Juniors, y se inauguró la primera estación de radio estatal en Argentina. Alemania en ese momento se llamaba República de Weimar, era una república democrática muy joven. Pero las heridas que la Primera Guerra Mundial y las tendencias autoritarias de las élites monárquicas tradicionales dificultaron el arraigo de la democracia.
El primer presidente democráticamente electo en Alemania fue Friedrich Ebert, rompiendo con todas las tradiciones políticas alemanas. Por primera vez un simple trabajador –un talabartero–, y no alguien de la nobleza, dirigía el país. Ebert militaba en el Partido Socialdemócrata (SPD) desde muy joven. Cuando murió August Bebel, en 1913, se transformó en presidente del partido. Después de la capitulación de Alemania, la élite derrotada traspasó el poder a Ebert. Empezó la Revolución de Noviembre de 1918 y Ebert apoyaba el parlamentarismo democrático en contra de la república socialista. En esta situación de agitación revolucionaria, estaba dispuesto a cooperar con las élites antidemocráticas del viejo imperio, que tenían el control del ejército, la policía, la judicatura y la administración pública. Preocupado por mantener el orden estatal y la paz social, Ebert decidió aplastar el Levantamiento de Espartaco tras el fracaso de las negociaciones con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. La izquierda alemana quedó desde entonces dividida de forma traumática. El SPD se impuso por amplia mayoría en las primeras elecciones democráticas de enero de 1919, Ebert fue electo presidente de la nueva República de Weimar. Por primera vez las mujeres podían votar.
Como presidente, Ebert se veía a sí mismo como un representante no partidista de la democracia, pero al mismo tiempo seguía siendo un socialdemócrata convencido: “… confieso que soy hijo de la clase obrera, educado en el mundo del pensamiento socialista, y que nunca renegaré ni de mis orígenes ni de mis convicciones”. Durante sus años en el cargo, el Estado se deslizó de crisis en crisis y las coaliciones de gobierno se rompieron varias veces. Ebert intentó mediar abogando por un equilibrio entre los bandos políticos. De este modo, logró evitar que el SPD abandonara el gobierno y contribuyó a que la democracia parlamentaria sobreviviera a la grave crisis provocada por la hiperinflación de 1923. Pero fue duramente atacado desde su propio partido. De hecho, su reputación dentro del SPD y de la clase obrera en su conjunto sufrió considerablemente porque su política de moderación contribuyó a abolir logros claves de la revolución de noviembre. Su presidencia estuvo acompañada de frecuentes polémicas en su contra. Los ataques culminaron en un juicio impulsado por un grupo de periodistas que lo acusaron de haber cometido traición contra el Imperio y ser en parte culpable de la derrota de la guerra (al final condenaron por injurias a los periodistas). Durante el juicio, Ebert debió postergar el tratamiento médico de una apendicitis, decisión que agravó su dolencia. Murió el 28 de febrero de 1925, a la edad de 54 años.
Pocos días después, el SPD creó la Fundación Friedrich Ebert (FES) como reconocimiento del legado político del primer presidente democrático. La fundación empezó con un programa de becas universitarias para jóvenes de hogares obreros, con la idea de que las personas procedentes del movimiento obrero también estuvieran calificadas para ocupar altos cargos en la administración del Estado, la ciencia, la cultura y el periodismo.
Como organización socialdemócrata, la Fundación fue prohibida durante el régimen nazi. Renació después de la Segunda Guerra Mundial y poco a poco se estableció un sistema pluralista de fundaciones políticas de diferentes ideologías en la República Federal de Alemania, promoviendo la democracia y la resolución pacífica de los conflictos. Hoy nos enfrentamos a un momento crucial en Occidente, en un momento en el cual el autoritarismo, las fake news, las mentiras, la violencia política, la primacía de la lealtad política en detrimento del mérito y el conocimiento van en aumento en todo el mundo. Las reglas de juego democráticas se debilitan y la administración pública se politiza cada vez más. En Alemania, las fuerzas mayoritarias demócratas retroceden, la extrema derecha avanza. La invasión de Rusia en Ucrania desvió el proyecto original de transformación y de reformas en infraestructura del gobierno formado por tres fuerzas progresistas-liberales. Hoy, el debate sobre la inmigración y la conmoción producida por los recientes ataques terroristas cometidos por extranjeros contra ciudadanos inocentes generan aún más apoyo a la extrema derecha. En las elecciones parlamentarias nacionales anticipadas del 23 de febrero, la Alternativa para Alemania (AfD), el partido de extrema derecha, obtendrá según los sondeos entre el 20% y el 22% de los votos. Por primera vez desde la creación de la Alemania de posguerra, un partido en parte abiertamente racista y nacionalista, y bajo la lupa del servicio de inteligencia alemán, está posicionándose en el segundo lugar.
Paralelamente, con Putin y Trump se cierne sobre Europa otra amenaza diferente pero no menos seria. Los enemigos políticos de afuera como de adentro buscan acabar con un sistema democrático. A eso se suman los intereses de empresarios tec billonarios, como Musk y Co., y los nuevos desafíos para el sistema democrático de la inteligencia artificial. Todas las fuerzas democráticas deben unirse para defender los logros obtenidos, las condiciones democráticas, los derechos humanos y el bienestar, y hacer frente a sus odiadores autoritarios; pero al mismo tiempo también deben desarrollar una perspectiva de futuro positiva, justa y prometedora.
Los ocho años que siguieron a la muerte de Ebert hasta el colapso de la República de Weimar y la toma del poder por Hitler demostraron cómo la democracia puede ser fácilmente destruida desde adentro. Esto y las experiencias de la Segunda Guerra Mundial llevaron a la comprensión de que esto no debe volver a ocurrir. Una organización como la FES cree que debemos invertir todo lo posible en educación y diálogo para familiarizar a la gente y las instituciones no solo con la idea de la democracia y la paz, sino también con su práctica. Creyendo en la fuerza de la ley y no en la ley del más fuerte. Podemos ver que la voluntad de destruir se ha convertido en el sello distintivo de nuestro tiempo. El desmantelamiento de las estructuras multilaterales, que es el objetivo de políticos como Donald Trump, significa que hay muy poco espacio en el que los países puedan negociar pacíficamente y equilibrar sus intereses heterogéneos. Nos acosan problemas de proporciones mundiales: hambre, nacionalismos excluyentes y guerras, cambio climático y agotamiento de los recursos naturales. Ya lo decía el canciller Willy Brandt: “Estas dimensiones solo pueden ser ignoradas por quienes aceptan el fin de este mundo o incluso lo esperan con impaciencia”.
Hoy día, si de verdad queremos profundizar la democracia y el respeto, si queremos contribuir a que la clase política no parezca tan desconectada como está y ofrecer a una mayoría de las personas la oportunidad real de participar y tener sus intereses representados y no aquellos de algunos pocos empresarios millonarios o políticos, entonces, la única manera es crear una visión diferente de la política. No decir: hay que ver las cosas de otra manera, sino realmente hacer las cosas de otra manera. Ya lo decía Ebert: “La democracia necesita demócratas”.
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